sábado, 22 de mayo de 2010

Quinientas cuatro horas.

                                           “Sopa de almejas, es todo lo que como”
                                                                                         C.A.S.

Alimenté a una criatura que tenía tus ojos.
La recogí del ensueño. La cubrí en mantas claras. La acuné entre mis brazos. Alcancé a sentir como sus vértebras descansaron en mi antebrazo, prematuras de sueño, prematuras de ilusión.
Y mientras succionaba, observé sus ojos somnolientos, que iban ganando aplomo en la misma medida en que mi leche entibiaba su tráquea.
Sus pupilas me observaban. Ese par de soles destilaban tu color café y se enmarcaban en tus pestañas.
Le canté “La Hija del Fletero” en versión cuna; se durmió.
Acaricié su rostro. Besé su frente.
Entorné su cuellito pálido y tibio con la manta que yo misma tejí.
Como un capricho. Ajusté los hilos que surcaron de rosado su débil pielcita.
Y la maté.

                                            21/5/2010

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